A partir del s. VI a.C. diferentes tribus habitaron la costa mediterránea y la zona meridional de la Península Ibérica, desde Andalucía hasta el sureste de Francia. Compartieron una misma cultura y desarrollaron un arte propio. Dominaron el territorio y establecieron ciudades y poblados donde comerciaban con griegos y fenicios.
Esta exposición presenta los rasgos fundamentales de la denominada Cultura Ibérica, la cultura que aglutinó a ese grupo de pueblos, su formación, su arte, su organización política y social, su vida cotidiana y sus creencias.
La Formación de la Cultura Ibérica
La Cultura Ibérica, y antes que ella la Tartésica, surgió de la fusión del sustrato indígena con diversos pueblos del Mediterráneo Oriental.
El sustrato indígena lo conformaban comunidades del final de la Edad del Bronce (1100-700 a.C.) como las de El Argar en el sureste, la del Bronce Manchego, la del Bronce Valenciano o la de los Campos de Urnas del noreste.
Tartesos (s. IX-VI a.C.) fue un próspero reino asentado en el Valle del Tersis (Guadalquivir), nacido de la relación de algunos pueblos de la Edad del Bronce con colonizadores fenicios y griegos atraídos por la riqueza metalífera de esas tierras. Su modelo orientalizante entró en crisis antes del final del s. VI a.C., provocando el surgimiento de la Cultura Ibérica.
Los fenicios procedían del actual Líbano, desde donde comenzaron un proceso de colonización en el Mediterráneo que les llevó a la zona de Tartesos (s. VIII a.C.). Posteriormente fundaron otras colonias en la costa del sur peninsular. Introdujeron en la Península, entre otras cosas, el torno de alfarero, el hierro, el alfabeto, el vino y el aceite.
Los cartagineses o púnicos también eran fenicios, en concreto de la colonia de Cartago, situada cerca de la actual Túnez. Su etapa de esplendor se produjo a partir del s. VI a.C. Los Cartagineses tomaron el relevo de los fenicios en el control de las colonias de la costa peninsular.
Los griegos entraron en contacto con Tartesos durante el s. VIII a.C., fundando un siglo más tarde establecimientos en Cádiz, Málaga y Alicante. A inicios del s. VI a.C., griegos focenses (del Asia Menor) fundaron la colonia de Emporion (Empúries, 580 a.C.), a la que siguieron otras menores en la costa mediterránea como Rhode (Rosas). Tuvieron fuerte influencia en la formación de la Cultura Ibérica, en especial sobre los pueblos del noreste y levante.
Territorio y Formas de Gobierno
El territorio se estructuraba en asentamientos de diferente categoría. En el rango superior se encontraba el oppidum o ciudad fortificada, donde se instaba la élite jerárquica más alta.
Los poblados eran de menor tamaño, aunque también fortificados; su extensión territorial variaba de acuerdo con las actividades productivas que llevaban a cabo. Varios de estos poblados eran dependientes de un solo oppidum.
Los caseríos estaban constituidos por varias construcciones aisladas, normalmente en zonas agrarias, con actividad estrictamente productiva y dependientes del poblado más cercano. Eran refugio imprescindible en caso de peligro. Cada uno de los poblados tenía entre 10 y 25 caseríos dependientes del mismo.
Las atalayas o torres de vigilancia, eran pequeñas construcciones consistentes en un torreón cuadrangular o redondo y uno o varios recintos concéntricos a modo de muralla. Su función era el control del relativamente amplio territorio que abarcaban los oppida.
Dentro de la Cultura Ibérica se reconocen tres formas de gobierno:
- En el sur, sureste y levante existían pequeños estados locales gobernados por un rey (régulo), príncipe o caudillo, que se rodeaba de una élite de familias aristocráticas.
- Otro tipo de gobierno era el controlado por un personaje electro o jerifalte, que actuaba de la misma forma que un régulo, pero que en decisiones importantes recibía el consenso de una asamblea de notables.
- La tercera modalidad de gobierno se daba en el noreste y respondía a una sociedad más igualitaria, en la que un consejo de ancianos tomaba las decisiones.
Urbanismo y Arquitectura
Las ciudades y poblados se asentaban generalmente en lugares altos (colinas, altiplanicies, penínsulas naturales), de fácil defensa y desde donde se tenía control visual de un amplio territorio. Su seguridad se reforzaba con una muralla que cerraba el poblado total o parcialmente. Las murallas, símbolo de poder, se construían levantando directamente sobre el terreno un zócalo de piedra de altura variable, sobre el que, en ocasiones, se prolongaba un muro de adobe. Con el tiempo se fueron añadiendo torres, bastiones, baluartes y, a partir del s. IV a.C., obras avanzadas, almenas y torres poligonales.
Ejemplos de la Arquitectura Doméstica son las casas, de planta cuadrada o rectangular, de 35 a 45 m2 y normalmente adosadas. Podían ser de una sola estancia o estar compartimentadas en varias, siendo utilizada la más grande como lugar de hábitat y las restantes como almacén. El lugar central del espacio de hábitat o ocupaba el hogar, banquetas y utensilios y de almacenaje.
Se consideran Arquitectura Pública aquellas construcciones que destacaban del resto de los edificios tanto por su tamaño como por presentar elementos arquitectónicos singulares como pórticos columnados, patios, mosaicos y cellas. La interpretación de tales construcciones no es fácil, aunque tradicionalmente se han clasificado como templos.
Agricultura y Ganadería
La Agricultura era la principal actividad económica de los íberos. La utilización de técnicas como el barbecho o la rotación, unido a los avances introducidos por los fenicios y griegos (arado de hierro, injertos, nuevas especies de cereales, introducción del cultivo del olivo y la vid), provocaron un desarrollo de este campo que se tradujo en un incremento poblacional. Las principales especies cultivadas eran los cereales (trigo, cebada, centeno), el olivo, la vid, leguminosas (lentejas, guisantes, judías, habas, garbanzos, alfalfa) y los frutos (higos, granadas, manzanas, dátiles, almendras). La explotación de los bosques y la recolección complementaban esta actividad aportando productos como madera, miel o bellotas.
La Ganadería era una importante actividad basada fundamentalmente en el pastoreo. Los rebaños de ovejas y cabras eran muy numerosos, pues proporcionaban productos primarios y secundarios (carne, lana, leche, queso). Las piaras eran menos frecuentes. Los bóvidos (buey y vaca) eran utilizados como animales de tiro. Los caballos eran los animales más apreciados por los íberos -y por lo tantos los más representados en su iconografía-; su posesión era un símbolo de prestigio social, siendo utilizados para la guerra y la caza, pero nunca como animal de tiro.
Artesanía
La Cerámica era la principal actividad artesanal, beneficiada por el torno de alfarero (introducido por fenicios y griegos), que permitió la producción en serie. A partir del s. V a.C. -especialmente en Andalucía y Levante- se impuso la producción con torno a gran escala, apareciendo formas (kalathos) y decoraciones (geométricos, vegetales, figuras animales y humanas estilizadas) propias de la Cultura Ibérica. Para la cocción de las piezas se utilizaban hornos de cúpula de doble cámara, como los encontrados en El Pajar de Artillo y Cerro Macareno (Sevilla), Fontscaldes (Tarragona) y Borriol (Castellón).
La Industria Textil se centraba en la elaboración de tejidos de lana y lino mediante un telar de bastidor. El tejido manufacturado podía teñirse con tintes de origen animal (Coccus ilicis, un insecto, y Murex, un molusco marino) o vegetal, dando lugar a prendas como el sagum, una túnica de lana muy utilizada como vestimenta. El esparto (originario de la Península), también era muy utilizado para confeccionar cestos, esteras, cuerdas, sandalias o redes.
La Metalurgia del hierro utilizaba la forja y el templado, debido a que no era posible fundir el mineral en los hornos de trincheras de la época, que alcanzaban sólo unos 1.200º. Por ello el hierro era utilizados principalmente en la producción de herramientas y armas. El bronce se siguió utilizando para fabricar piezas como los tradicionales exvotos realizados a la "cera perdida". El oro y la plata se trabajaban mediante el repujado y granulado (páteras ornamentadas), o fundiendo el metal en pequeños moldes y decorando posteriormente la pieza con incisiones (joyas).
Escritura, Moneda y Comercio
La Escritura de los íberos constaba de dos tipos de alfabetos semisilábicos que debían expresar lenguas diferentes: el llamado meridional, turdetano o tartésico y el ibérico levantino u oriental. Del primero, los restos documentados más antiguos (s. VIII-VII a.C.) provienen del sur de Portugal y Extremadura. A partir del s. V-IV a.C. se documenta en Andalucía Oriental y sureste. Descifrar los escasos textos existentes es todavía muy difícil, pero se sabe que se escribía de derecha a izquierda, al contrario que el levantino. Este último era originario del sureste (inicios del s. IV a.C.) y su área de utilización llegó hasta el sur de Francia, pudiendo ser una derivación o evolución del meridional. Los numerosos restos documentados pueden ser descifrados desde 1922 gracias a los trabajos de Manuel Gómez-Moreno, aunque lamentablemente al desconocerse la semántica - no comprendidos.
Las primeras Monedas propiamente íberas aparecieron a finales del s. V a.C. en la zona de Cataluña y Levante, y copiaban el sistema griego. Más adelante se extendieron a toda la costa adoptándose en cierta áreas el sistema monetario de Cartago. A partir del s. III-II a.C. la moneda sufrió un auge espectacular como respuesta a las necesidades de la Segunda Guerra Púnica (218-206 a.C.). Desde este periodo, y hasta mediados del s. I a.C., momento en que se impuso totalmente la moneda de los vencedores, las cecas indígenas produjeron piezas con iconografía y escritura propia que circulaban a la vez que sus homónimas romanas y cartaginesas.
El control del Comercio estaba en manos de las más altas jerarquías sociales, pues era una evidencia de prestigio, por lo que la cerámica, tejidos, aceite, vino, salazones u objetos metálicos, obtenidos a cambio de metal y cereal, eran almacenados o redistribuidos bajo sus designios.
Organización Social y Militar
Los estados locales estaban regidos por un príncipe (regulo, caudillo) perteneciente a la aristocracia gentilicia del territorio-estado. Los miembros varones de esta clase aristocrática tenían el estatus de guerreros, e incluso de héroes.
Los sacerdotes y sacerdotisas, pertenecientes siempre a las clases sociales elevadas, no formaban una casta estructurada, ya que sus funciones eran ocasionales. El lugar de los comerciantes en la escala social debió ser diverso. Cabe distinguir el comercio local y regional del gran movimiento mercantil que envolvía a los régulos, donde los negociantes se enriquecían gracias a productos de prestigio traídos por los colonizadores.
La mayor parte de la población podía hacer uso de las armas en un momento de guerra o al alistarse como mercenarios a sueldo en ejércitos extranjeros.
Los alfareros, pintores, orfebres, curtidores, carpinteros o herreros se dedicaban casi en exclusiva a su trabajo. Las tareas agropecuarias eran la base de la subsistencia en la sociedad ibérica, por lo que la mayor parte de la población, hombres y mujeres, se dedicaba a estas funciones.
La Organización Militar de los íberos no se basaba en un ejército organizado. En el sur, el régulo se encargaba de reclutar y dirigir las huestes, en las que destacaban las élites aristocráticas. En el noreste, el consejo de ancianos cedía el mando durante el período bélico a un caudillo con experiencia militar, que reclutaba a sus guerreros entre los campesinos. La solidaridad de los grupos se aseguraba gracias a la devotio, una relación que comprometía a la persona a una obediencia a vida o muerte hacia su jefe. El valor de los íberos, y sus estrategias de lucha de guerrilla, fueron elogiados y explotados por los cartagineses, griegos y romanos, destacando el papel de los mercenarios a sueldo en la Batalla de Himera entre Cartago y Grecia (480 a.C.), y en la Segunda Guerra Púnica entre Cartago y Roma (218-201 a.C.).
Religión y Mundo Funerario
Se trata de una Religión de creencias animistas, en la que tanto los seres fabulosos (esfinges, grifos, bichas), como las bestias divinizadas (leones, toros), protegen las tumbas aristocráticas.
En su fase más antigua (s. VI-V a.C.), la Cultura Ibérica exhibía sus imágenes sagradas en las tumbas, por lo que el ritual -con tintes, orientalizantes- pretendía fundamentalmente otorgar un carácter divino o heroico al jefe. En ocasiones es tal el valor del héroe, que se convierte en el protagonista de composiciones escultóricas en las que lucha contra los enemigos (Porcuna, Jaén).
Más adelante, la religiosidad se transformó en colectiva y se vinculó al territorio. Las imágenes humanizadas fueron más corrientes, y el esplendor pasó del exterior de la tumba al recogimiento interior de la misma.
Las damas, posiblemente la imagen de una deidad humanizada, tomaron el relevo de los guerreros en perpetuar el estatus de las altas jerarquías. A partir del s. IV a.C. aparecieron los santuarios públicos, en ls que los exvotos (humanos o animales) simbolizaban una comunicación directa del oferente con el dios o los dioses. De esta época son la mayoría de imágenes divinas importadas (Astarté, Melqart, Artemisa, Deméter, Tanit), frecuentes en los lugares de culto de los colonizadores y que quizás los íberos adoptasen parcialmente.
Lamentablemente no tenemos conocimiento del panteón íbero, y quizás sus dioses "autóctonos" no tuvieron nombre, sino que los niveles de su universo (tierra, mar y aire) se mostraban a través de los símbolos y no de las representaciones humanizadas de dioses.
Los Santuarios de los íberos eran entornos naturales privilegiados, desde donde se disfrutaba de un buen paisaje, en ocasiones acompañado de una cueva. En ellos el devoto ofrendaba directamente a las invisibles divinidades toda suerte de objetos y comida, entre los que destacan los exvotos, unas figurillas con forma humana o animal, que se encuentran en grandes cantidades depositadas en hoyos, tanto naturales como artificiales.
El Ritual Funerario más utilizado por los íberos fue la creación, que normalmente se asocia a las clases dominantes. El ritual de enterramiento se desarrollaba de esta forma: se honraba al cadáver en la vivienda, se transportaba en procesión hasta el lugar de la cremación, se quemaba vestido y con pertenencias en una pira que ardía durante horas, se lavaban y colocaban los restos no incinerados en una urna, se realizaba un banquete funerario en el que el difunto participaba en forma de deposición de alimentos y se colocaban más objetos a modo de ajuar junto a la urna cineraria. Finalmente se cerraba la tumba y se señalizaba.
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